viernes, 19 de junio de 2009

EL LICÁNTROPO

De día besa niños, sonríe, acuna malvas,
deja que el sol y el viento caminen por sus dedos.
De noche sus ojos se enrojecen,
cuelgan saines amarillos de los lacrimales,
enlazan con racimos espumosos
blancos, viscosos, que penden de su boca.
Entre los muros de la iglesia
sus pisadas no suenan y se oyen
-lúgubres, olor a fúnebre- quejidos,
estremecidos entre el frío que ronda a los ancianos,
espantados tal como el niño de las piernas rotas,
sagrados círculos concéntricos acogen cada paso;
agua bendita que se enturbia;
el monstruo de las crines empañadas por muertes,
mancilla el alabastro de la pila
con el acero de sus negras uñas.
La anochecida, hoy alumbrada por la luna llena,
envuelve en espirales azabaches
-vapores hediondos que emanan del erebo
-las encinas del bosque y el musgo que las cubre.
El lobishome aúlla, su grito muerde el aire.
El búho vuelve la cabeza, guiña, cambia de rama.
Terrores dentro de lo inanimado, parálisis de ánimas
sonámbulas de eternidades que vagan sin derrota.
Asoman la cabeza los lirones insomnes;l
a hierba huele a sangres, vuelven a las profundidades
de calvarios perpetuos, húmedos y ciegos.
La carne, abiertas las arterias,
muestra sus marcas y padece y gime,
sus células necrosan entre llantos,
enseña sus desgarros a la esfera azul,
curva sobre sí misma, regresa al útero materno.
Llega el amanecer..., en la ciudad
el maletín de cuero de animal cautivo
marcha al compás del paso del ejecutivo.
Luis Alcocer

No hay comentarios:

Publicar un comentario