jueves, 18 de junio de 2009

LOS PERROS TAMBIÉN MUEREN

Soy mujer de perros, lo sé, y a lo largo de la vida no recuerdo nunca haber vivido sin la compañía de un perro. Guardo en la memoria a cada uno de ellos como la más fiel de las caricias, el más tibio de los consuelos. Mis perros hansido todos diferentes y todos han muerto a mi lado de formas diferentes.
Un soplo, y ya, los ojos cristalizados, la mirada perdida en un rumbo eterno, y ni un solo movimiento de cola más para batir su alegría; todo esto pareciera ser componentes comunes a la muerte.Dejan la fidelidad desecha, se llevan egoístamente con ellos el placer del tacto sobre piel de seda recubierta de peluche.Recuerdo a Cuqui, esa perra era la más amiga, la más humana, vivió diez y seis años contenta y llena de afecto. La amé mucho. Ella lo sabía, y respondía siempre con una mirada luminosa y dulce. Cuqui era Coli, de peluche largo y suave, con grandes manchas blancas y negras. De tanto vivir un día perdió lavista y se le entumecieron las patas traseras. En un rincón de la terraza esperaba el sueño eterno, rodeada de mis caricias cada vez que llegaba delColegio.
Pero su cansancio superó a mi amor, y ya mis manos sobre su cabeza no eran suficiente alivio para todas sus penas. Decidió morir. Esperó todo un día por mi regreso en un jadeo doloroso y triste. Me contó mi madre que al oír el sonido de mi auto entrar al garaje en el atardecer, dio su último alarido, y dando un salto en sus cuatro patas, expiró.
No había consuelo para mí, hasta que mi padre me trajo a Negro, un perro policíaadulto, ya entrenado para proteger la casa. Sus enormes colmillos y sus profundos ojos me intimidaban. Con Negro nunca me sentí a gusto, no le tenía confianza, y las luchas para lograr amarrarlo cada vez que venían mis amigos de visita, eran un desgaste emocional intolerable. Temía que los atacara por suinstinto de defensa.
Negro no me quería, lo sé, y un día decidió marcharse, se escapó y un auto lo atropelló en medio de la calle a una cuadra de mi casa. Los vecinos vinieron con la noticia, y corrí al lugar. Confieso que al verle con un chorro de sangre en su boca, tieso y moribundo, un dolor muy grande invadió mi corazón. Quedé devastada, sintiendo una culpa enorme causada por el desamor.
Entonces llegaron Browny y Frostty, una parejita de hermanitos Puddle, con peluche en rizos blancos como copos de nieve que adornaban sus cuerpitosfrágiles y diminutos. Con ellos llegó la alegría a la casa, traviesos yjuguetones, fueron motivos de risas y algarabía por muchos años, hasta que undía decidieron descansar, y casi simultáneamente los hermanitos murieron con unapaz espantosa que no dejó cicatriz en mi alma. Pasaron sin dejar huellas, ni siquiera grietas por donde se escaparan sus recuerdos. Los olvidé fácilmente.A mi cadena de amores perrunos le siguió una loca y abandonada perrita que el destino puso en mi puerta. La recogí de una bolsa plática al borde del asfixie, flaca, con aquella hambre eterna, cubierta de lepra, o tal vez sarna, de la cabeza a la punta del rabito. Mi primera intensión fue la de echarla al bote dela basura, pero este maldito corazón mío no me da para tanto, así que fui directo con ella al veterinario, y entre medicinas y alimento concentrado, en dos semanas "Flaca" quedó preciosa y logró acompañarme por quince años,orgullosa y alegre, comprensiva y paciente con mis depresiones matrimoniales, y mi rabia por tener que hablar en inglés al arquitecto. Flaca se convirtió en una perra bilingüe. Tenía que hablar francés si deseaba darle un baño. La palabra baño la entendía en los dos idiomas, y salía disparada a esconderse por días, hasta que el hambre la obligaba a volver. Me quería tanto, tal vez agradeciéndome su rescate de la muerte por asfixie en aquella bolsa plástica donde un día la recibí molesta.
Llegado su término en este mundo no quiso que la viera morir, y como un indio Apache, caminó lento alejándose entre los árboles de un bosque cercano .Adentrándose hasta lo más profundo localizó el lugar perfecto para morir. Unos niños la encastraron agonizante y corrieron en mi búsqueda. Llegué justo para mirarle a los ojos, vivos aún, por última vez, y dejarle saber cuanto agradecí su amor y su paciencia con mis estados fluctuantes de ánimo. Ahora que estoy aletargada por el tiempo, tengo conmigo a Chulin, grande, fuerte,firme, adorable, generoso, sabio. Es un perro callejero perfecto, que se compadece de los pájaros heridos, que me habla en un idioma que solo yo entiendoy sabe demostrar su cariño.Ya han pasado tantos perros rosando mi vida que no quisiera verlo morir, pero comienza a dar muestras de cansancio. Nos miramos, y entre mirada y mirada,sabemos que nos queda poco de alegrías y penas por compartir, minimizando las soledades mutuas.
La tristeza me invade, anticipo su partida y no quisiera tener que despedirme deChulin. Estoy encadenada a su amor, pero sé que los perros también mueren.
Carmen Amaralis

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